ENTRE LA UTOPÍA Y REFORMA
¿Cómo influyó la política y la moral sobre las nuevas formas de urbanismo utópico moderno?
En este trabajo buscaremos establecer un análisis comparativo entre dos de las alternativas utópicas urbanas más significativas surgidas en rechazo a la ciudad industrial, haciendo hincapié en demostrar cómo las diferencias ideológicas y morales de sus proyectistas resultan en construcciones sociales y arquitectónicas notablemente diferentes a pesar de buscar resolver un mismo problema.
Por un lado, la Utopía Socialista Paternalista de Robert Owen (1816), anclada en la primera línea ideológica del urbanismo moderno, concebía un “modelo progresista” orientado a la transformación social mediante la abolición de la soberanía individual y la propiedad privada.
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Por otro, la Eutopía Cooperativa de Clase Media de Ebenezer Howard (1898) proponía una alternativa que, según Lewis Mumford, resultaba más operativa al limitarse a lo inmediatamente practicable. Howard buscaba liberar a los trabajadores de la esclavitud urbana, basando su propuesta no en un socialismo burocrático, sino en la tradición anarquista de la cooperación voluntaria y el autogobierno.
La idea de urbanismo moderno nace como respuesta a las problemáticas urbanas en un contexto de revolución y constantes cambios sociales. Ante el caos y la miseria de la ciudad industrial, la cual impuso condiciones de vida precarias e insalubridad en las calles, además de la explotación del proletariado; surge la necesidad de diseñar alternativas urbanas que responderían a estas problemáticas desde una mirada más humanitaria y moral.
Según Marshall Berman, el urbanismo moderno aparece como respuesta a “la vorágine de perpetua desintegración y renovación”; según Benévolo, este proceso de búsqueda de la ciudad ideal se enmarca en un campo de acción político, ya que “el urbanismo constituye una parte de la política”. explica que este esfuerzo por cambiar el rumbo del urbanismo presenta un “doble origen, técnico y moralista”, el cual se manifiesta en los diferentes proyectos utópicos del Siglo XIX.
Como mencionamos anteriormente, la aparición del urbanismo moderno está profundamente arraigada en la intersección de la política y la moral, esta dualidad se hace evidente al estudiar dos de las principales líneas de acción que surgieron durante el siglo XIX para abordar la crisis de las ciudades industriales. Este proceso se desarrolla en dos partes, por un lado se manifestaron las reformas técnicas, y por otro las utopías; estas últimas actuaron como una crítica implícita al modelo de civilización existente y buscaron la reinvención del entorno social. Autores como Leonardo Benevolo explican que dichas utopías poseían un trasfondo ideológico que coincidía en gran medida con los principios del socialismo moderno.


Robert Owen y la Redención Moral a través de la Planificación Total:
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Desde la mirada de Owen, el urbanismo era una parte necesaria de la política para concretar programas mas operativos, con el objetivo de lograr el equilibrio general de las relaciones económicas y sociales. Owen fue uno de los pioneros del “socialismo utópico”. Basaba su pensamiento en la creencia en que las personas pueden prosperar si viven en una sociedad más justa y cooperativa.
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"Millones de seres humanos morirán de hambre para permitir que continúe el actual nivel productivo”. (Patteta - Territorial)
Para Owen el socialismo utópico no es solo un sueño ideal, sino una crítica a los problemas del capitalismo industrial, como la explotacion laboral, el trabajo infantil y las condiciones de vida indignas. Propone que el trabajo y la tecnología sirvan para el bienestar de todos, no solo de unos pocos. Creía en una educación y una vida comunitaria como herramienta para cambiar la forma en que las personas se relacionan, generando una sociedad más solidaria y equilibrada. Así, su propuesta combina esperanza, organización y una mirada práctica sobre cómo mejorar la vida colectiva. La moralidad de Owen se basó en el imperativo de la transformación radical para superar los males urbanos, como la miseria, el descontento social, y las condiciones antihigiénicas de la vivienda obrera causados por la Revolución Industrial.
La experiencia de New Lanark y el modelo del paralelogramo representan dos etapas distintas dentro del pensamiento de Robert Owen. New Lanark fue una comunidad industrial real en Escocia, donde Owen aplicó sus reformas sociales en el marco del sistema fabril, demostrando que la eficiencia económica podía coexistir con la justicia social y el bienestar de los trabajadores. En cambio, el paralelogramo constituyó la proyección teórica de su utopía, un modelo autosuficiente de organización social y espacial que buscaba reemplazar el orden capitalista.


“plano del “Paralelogramo” alrededor de (1820-1825)”
"New Lanark, Allí Owen mejoró la educación, las condiciones de trabajo, la vivienda y la moral colectiva."
Su propuesta se centró en comunidades contenidas (idealmente entre 1.200 a 1.600 habitantes) que vivirían en el "Paralelogramo", un modelo donde se aboliría la propiedad privada y la soberanía individual, y todos trabajarían para todos en lo que se asemejaba a un comunismo primitivo. Esta estructura física se describía como una agrupación arquitectónica completa en servicios colectivos y autónoma.
“Esta es una máquina para multiplicar la eficiencia física, y el bienestar mental de toda la sociedad en forma ilimitada” . (Patteta - Territorial).
Esta concepción, que buscaba el desarrollo humano y la producción en condiciones favorables, no fue solo un ejercicio de diseño especulativo, sino que constituyó el primer plan urbanístico moderno desarrollado completamente, incluyendo sus premisas político-económicas, el programa constructivo y el presupuesto financiero. Owen buscó una ubicación ventajosa para que la vida continuará el progreso técnico. Para llevar a la práctica su idea compró en 1825 tierras en Indiana (USA) y fundó la colonia de New Harmony con objeto de plasmar sus propuestas socialistas. El lugar fue un reclamo para intelectuales, pero no atrajo a agricultores o trabajadores. No obstante, la tentativa de pasar de la teoría a la práctica puso en claro la debilidad del plan; Owen mismo la atribuyó al egoísmo inherente del hombre que no estaba preparado para vivir sin propiedad privada. Críticos posteriores señalaron que su principal defecto residía en que dejó totalmente en segundo plano el problema de la autoridad frente a la libertad de los individuos. A pesar del fracaso de sus utopías en la práctica, sus esquemas de unidades de vivienda con un número fijo de habitantes y la centralización de instalaciones fueron un precedente para las experiencias urbanísticas del siglo XX.

“Estos asentamientos se distribuirían en el territorio, pero se encontrarían interrelacionadas. El paralelograma consistía en una especie de palacio social, un edificio que aglutinaban todas las funciones: residencial, industrial, ocio, educación.”
Ebenezer Howard y el Equilibrio Ético-Económico de la Ciudad Jardín:
Por su parte, Ebenezer Howard, a fines del siglo XIX, compartía la meta de superar las condiciones negativas de la ciudad industrial como la miseria, el hacinamiento y la degradación ambientaL, pero lo hizo desde un enfoque más conciliador. Su visión, centrada en la síntesis entre lo urbano y lo rural el “Tercer Imán”, proponía un crecimiento equilibrado y controlado de las comunidades.
Ebenezer Howard concibe su propuesta como “un tercer sistema social y económico, superior tanto al capitalismo victoriano como al socialismo burocrático y centralista” (Mumford - Historia de las Utopías, 1922) .
Esta cita sintetiza la esencia reformista de su pensamiento. Howard no pretendía abolir el sistema existente, como proponían los socialistas utópicos del siglo XIX, sino corregirlo desde dentro, buscando un equilibrio entre libertad individual, cooperación social y justicia económica.
Su planteo surge como una reacción doble: frente al capitalismo, que generaba desigualdad, especulación y degradación urbana; y frente al socialismo estatal, que corría el riesgo de sustituir la explotación económica por el control burocrático. En este contexto, Howard propone una utopía práctica, sustentada en la autogestión comunitaria y la propiedad colectiva del suelo, donde el progreso económico se redistribuye equitativamente y se mantiene el sentido de autonomía individual.
La Ciudad Jardín surgió de su esfuerzo por combinar las ventajas de la vida urbana y la vida rural, creando un ambiente mixto. La fuerza de la propuesta de Howard radicaba en que se basaba en principios considerados "más sólidos”, tanto desde el punto de vista ético como económico.

“Diagramas de la Ciudad Jardín de Howard”
Howard trabajó como taquígrafo y tuvo contacto con diversos pensadores sociales, lo que influyó en su visión reformista. En 1898 publicó su obra más conocida, To-Morrow: A Peaceful Path to Real Reform, que más tarde se reeditó como Garden Cities of To-Morrow. En ella, propuso un modelo de ciudad que combinara lo mejor del campo y la ciudad, buscando un equilibrio entre la vida urbana y rural.
Su enfoque tenía una fuerte carga social: buscaba mejorar la calidad de vida de las personas, fomentar la cooperación y reducir las desigualdades. Aunque su modelo no se aplicó exactamente como lo imaginó, influyó profundamente en el urbanismo moderno, inspirando desarrollos como Letchworth y Welwyn Garden City en Inglaterra, y dejando huella en movimientos posteriores como el urbanismo sostenible.
A diferencia del radicalismo de Owen, la estrategia de Howard fue una eutopía que ofrecía un mecanismo político y económico para la autocorrección. La planificación se enfocaba en un equilibrio dinámico mediante la limitación de la población (alrededor de 32,000 habitantes) y la superficie (1,000 acres). Esta limitación era esencial para mantener el sentido de unidad de la comunidad. La dimensión política y ética más crucial de Howard fue la posesión común de la tierra, una medida diseñada para asegurar que la plusvalía generada por la mejora urbana revirtiera a la comunidad y se usara para el bien común. Este mecanismo no eliminaba el capitalismo, sino que lo reorientaba, asegurando un "compromiso razonable entre las fuerzas en juego". Lewis Mumford notó que el gran mérito de Howard no estaba en las formas físicas, sino en el proceso de crecimiento controlado y la base orgánica que proponía.

“Propaganda promocional para la ciudad de Welwyn por Howard”

Búsqueda de una sociedad justa: “Del control paternalista al equilibrio cooperativo”
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Tanto Robert Owen como Ebenezer Howard son figuras cruciales dentro del pensamiento utópico y la reforma urbana. Ambos buscaron transformar la sociedad industrial que consideraban explotadora e inhumana, aunque sus proyectos, separados por más de medio siglo, se sustentaron en ideologías políticas, éticas y morales profundamente distintas respecto a la propiedad, la autoridad y el orden social. Si bien ambas propuestas surgen en un mismo contexto histórico, y buscan solucionar las mismas problemáticas, presentan diferencias radicales en su desarrollo práctico y teórico; para entenderlas más correctamente, realizamos una comparación entre los modelos en varios aspectos: organización social, funcionalidad, diseño formal, entre otros.
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En primer lugar, ambos proyectos buscan lograr una descentralización de las ciudades industriales victorianas, sin embargo, se proyectan en diferentes escalas. Mientras que Owen propone una comunidad pequeña —de entre 800 y 1500 habitantes— pensada para favorecer la cohesión moral y el control social directo, Howard presenta una ciudad de mayor escala, diseñada para alrededor de 32.000 personas, en la que la organización urbana no depende del control paternalista, sino de una estructura cooperativa que distribuye responsabilidades de manera equitativa. Esta primera diferencia da cuenta de que los autores apuntan sus ideas a dos sectores sociales distintos: Owen se dirige a la clase obrera, buscando redimirla a través de la disciplina colectiva, mientras que Howard concibe su propuesta como un espacio compartido entre clases medias y trabajadoras, bajo la premisa de una convivencia armoniosa y democrática.
La Ciudad Jardín, concebida como una síntesis entre lo urbano y lo rural, distribuye su población en torno a núcleos concéntricos que integran viviendas, espacios verdes, zonas industriales y áreas agrícolas. Este orden se encuentra delimitado por un gran cordón agrícola que impide el crecimiento desmedido y la conurbación, preservando el sentido comunitario del modelo. Howard, en este sentido, introduce un principio de equilibrio territorial que anticipa preocupaciones propias del urbanismo sostenible, entendiendo la ciudad no solo como un artefacto productivo, sino como un organismo social y ecológico.

“Ilustración de la propuesta de New Harmony, alrededor de 1826, de ciudad ideal. Son de viviendas urbanas de tipo gótico que rodean un invernadero de cristal. En la visión de Owen las chimeneas juegan el papel de agujas de iglesia. Para poder realizar su modelo”
En contraste, el paralelogramo de Owen responde a una organización más rígida y funcionalista, donde la geometría urbana refuerza una idea de control centralizado. Las viviendas se disponen en torno a patios interiores, y la estructura edilicia se concibe como una máquina moral destinada a formar al individuo dentro de un orden común. Esta disposición refleja su visión del espacio como instrumento pedagógico y disciplinador, capaz de moldear conductas y fortalecer la moral colectiva. También en relación con esta característica, Owen propone viviendas comunitarias, una arquitectura homogénea y austera, despojada de ornamentos superfluos, siempre subordinada a la funcionalidad y a la eficiencia del conjunto.
Mientras que, la Ciudad Jardín de Howard propone áreas residenciales con viviendas particulares integradas al entorno natural. Su arquitectura, influida por el movimiento de las Arts and Crafts, reivindica la escala humana, la estética artesanal y la integración del trabajo manual con la vida cotidiana. En este sentido, mientras Owen prioriza la planificación racional y el control moral, Howard reivindica la libertad individual dentro de un marco comunitario regulado por la cooperación.

Plan general de Letchworth.
Uno de los principales contrastes en la concepción de estos proyectos radica en el aspecto económico y laboral. Ambos proponen sociedades comunitarias inspiradas en ideales socialistas, pero sus modelos de gestión difieren sustancialmente. Howard plantea un sistema cooperativista en el que el trabajo se distribuye de manera equitativa y la propiedad del suelo es colectiva, pero su usufructo es privado y responsable, lo que permite un equilibrio entre igualdad y autonomía. Owen, por su parte, propone una economía comunal en la que desaparece la propiedad privada y el trabajo se organiza de forma colectiva, bajo la dirección de líderes que velan por el bien común. Esta diferencia evidencia sus distintas concepciones del progreso: mientras Owen aspira a una transformación moral total del ser humano a través de la organización social, Howard busca reformar el sistema desde dentro, mediante la cooperación voluntaria y la autogestión.
En el plano político, Howard defiende una organización descentralizada, donde las decisiones surgen de la comunidad y se distribuyen de manera horizontal. Su modelo no depende de la autoridad de un individuo o grupo dirigente, sino del consenso y la participación activa de los ciudadanos. Owen, en cambio, concibe una administración centralizada, dirigida por figuras paternalistas que guían a la comunidad hacia el bienestar colectivo, lo cual, si bien revela un fuerte sentido moral, también limita la libertad individual y el ejercicio de la autonomía.
El análisis comparativo entre las utopías de Robert Owen y Ebenezer Howard permite comprender cómo las ideas morales e ideológicas moldean profundamente las formas urbanas y las nociones de comunidad. La comparación evidenció que, aunque ambos proyectos nacen de una misma preocupación por la degradación social y ambiental de la ciudad industrial, sus respuestas difieren radicalmente en la relación que establecen entre individuo, sociedad y territorio. Mientras Owen apostó por una planificación totalizadora que subordinaba la libertad individual al bien común, Howard propuso un equilibrio cooperativo que buscaba compatibilizar autonomía personal y justicia social.
Esta tensión entre control y cooperación, entre moral paternalista y ética comunitaria, revela que las utopías urbanas no solo imaginan ciudades posibles, sino también modos de habitar y de ejercer el poder. A partir de esta lectura, se hace evidente que toda propuesta de orden urbano conlleva una concepción política del ser humano y de su relación con los otros.
Más que ofrecer modelos cerrados, estas utopías invitan a repensar los límites entre planificación y libertad, entre lo técnico y lo ético, cuestiones que siguen siendo centrales en el debate urbano contemporáneo.
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